¿Peces de tres ojos y tortugas de dos cabezas? El hedor de este río, en la frontera entre México y los EE.UU., ya es una leyenda
El río es tan nauseabundo que corren rumores sobre la presencia de tortugas de dos cabezas y peces de tres ojos en él. Si uno cae en esas aguas, bromean los lugareños, le podría crecer un tercer brazo.
Así son las historias sobre el Río Nuevo, cuyas pútridas aguas verdes corren como un guiso primitivo desde la creciente ciudad de Mexicali hasta el Valle Imperial, en California.
El río, con letreros de calaveras y cráneos que advierten sobre el peligro que representa, le recuerda a Carlos Fernández, residente de Calexico, una escena en “The Simpsons Movie”, donde Homer Simpson se deshace de las heces de cerdo arrojándolas a un lago. “Eso es el río”, expresó el hombre, de 34 años. “Estoy sorprendido de que todavía no haya claustroesferas de vidrio sobre nosotros”.
Durante décadas, las agencias gubernamentales pelearon sobre qué hacer con el Río Nuevo. Y aunque está más limpio que antes, sigue siendo un sumidero de contaminación que, para los residentes del Valle Imperial, nunca podrá sanearse.
El año pasado, la Agencia de Protección Ambiental de California anunció un acuerdo para avanzar en un proyecto que mejorará la calidad del agua del Río Nuevo, alguna vez considerada como la más contaminada del país.
“Es un problema histórico”, destacó José Ángel, funcionario ejecutivo de la Región 7 de la Junta Regional de Control de Calidad del Agua de California. “A nadie le gustaría que pasara por su vecindario, entonces ¿por qué debería atravesar Calexico?”.
Hay una brecha de 30 pies en la cerca fronteriza -que separa a Mexicali de su vecina estadounidense, Calexico- que permite que el río fluya. Algunos de los que cruzan la frontera sin autorización saben que el agua -que llega hasta la cintura- es tan repugnante que los agentes de la Patrulla Fronteriza no intentarán sumergirse en ella para atraparlos. Este año, los trabajadores están construyendo una barrera de estilo bolardo, de 30 pies de altura, que podría eliminar la brecha y bloquear el acceso a aquellos que intentan cruzar sin permiso.
David Kim, un agente subjefe de la Patrulla Fronteriza que trabaja en el sector de El Centro, debió ser atendido por un médico después de caer al río, en 2001, mientras seguía a un grupo de inmigrantes.
El doctor le preguntó si el agua le había entrado en los ojos o en la boca, y luego tomó una muestra de su sangre. Un par de semanas después, Kim volvió para una nueva extracción de sangre, que asegurara que estaba bien. “No les decimos para nada a los agentes que deben meterse en el agua, porque sabemos lo sucia que está”, afirmó.
Repleto de basura y desechos, el río fluye unas 16 millas a través de Mexicali, y luego cerca de 60 millas por el Valle Imperial, antes de desembocar en el Salton Sea.
Las pautas sanitarias establecen que los niveles de bacterias coliformes fecales en aguas designadas para recreación -que se estiman mediante un proceso denominado Método del Número más Probable (MPN, por sus siglas en inglés)- no deben exceder el valor de 400 MPN por 100 mililitros. En el Río Nuevo, las coliformes fecales están en el rango de 5,000 a 12,000 MPN por 100 mililitros, y eso es cuando el flujo de Mexicali no está en su peor momento.
La situación ha mejorado significativamente en la última década. Pero el Río Nuevo se ha resistido a una transformación completa. “Aunque logramos deshacernos de las aguas residuales sin procesar de Mexicali mediante la implementación de proyectos nacionales... el río no cumple con nuestros estándares”, advirtió Angel. “Representa una amenaza para la salud pública y para cualquiera que entre en contacto con el agua”.
El Río Nuevo se creó en 1905, cuando el río Colorado desbordó hacia el sur de la frontera y fluyó hacia el norte hasta llenar lo que entonces se conocía como el Salton Sink y ahora es el lago Salton Sea. Debido a que gran parte del Valle Imperial se encuentra por debajo del nivel del mar, el Río Nuevo fluye hacia el norte.
Mientras Mexicali crecía como centro manufacturero y poblacional, también aumentaban los problemas del río, que no tiene afluentes sustanciales, lo cual genera que la escorrentía y el desagüe de residuos sean sus únicas fuentes principales de agua.
Hace unos 15 años, se cubrieron partes del río que fluían por el área metropolitana de Mexicali. Los únicos recordatorios de la existencia del río en la zona cercana a la frontera es el nombre de la calle, el Bulevar Río Nuevo, y las rejas sobre el suelo, de donde emana el hedor en días de altas temperaturas.
Enrique Vallejo ha vivido en una casa frente al río, en Mexicali, desde los 12 años. Ahora, a sus 51 años de edad, todavía recuerda el tinte verde del agua y los mosquitos que pululaban sobre el canal antiguamente. Cuando llovía, el río se desbordaba, y el agua sucia entraba a su casa.
Para Vallejo, el río “era un basural”. “Agradecimos tanto cuando lo cubrieron; fue un gran cambio”, aseguró.
Al otro lado de la frontera, los funcionarios también esperan un cambio, después de que Calexico, el condado Imperial y el Distrito de Irrigación de Imperial firmaran un memorando de entendimiento, en octubre pasado, sobre el mantenimiento y el manejo de un proyecto de mejora del Río Nuevo.
El plan, que está en obra desde 2016, incluye la instalación de una rejilla para basura justo en la frontera con México, lo cual canalizaría el agua contaminada lejos de Calexico, hacia los humedales y las estructuras de aireación del saneamiento, así como el reemplazo de las aguas contaminadas con aguas residuales tratadas, provenientes de la planta de saneamiento de la ciudad.
Hace dos años, la Legislatura estatal asignó $1.4 millones para financiar la planificación, el diseño y la revisión ambiental del proyecto. Con la entrada en vigor del memorando de entendimiento, se llamó a licitación para las tareas de planificación y diseño a fines de 2017, que se adjudicaron en marzo pasado. Se espera que dichos trabajos estén listos en octubre.
“Este acuerdo marca un hito importante en nuestros esfuerzos por mejorar la salud del Río Nuevo”, afirmó el año pasado el secretario de Protección Medioambiental de California, Matthew Rodríguez.
Martha Fernández ha vivido en su hogar sobre Calexico Street durante 16 años, pero se enteró del río cuando apenas se mudó a esa ciudad, en 1980. Durante un tiempo, solía caminar por sus márgenes.
Después, hace ocho años, un letrero amarillo apareció frente a su casa, con una advertencia en español e inglés, entre dos símbolos de una calavera cruzada: “Suelo y aguas del Río Nuevo contaminados. ¡Aléjese!”.
Después de que apareció el cartel, la mujer dejó de caminar por la zona.
En las calles de Calexico, cerca del río, algunos residentes expresan dudas de que haya un seguimiento de la limpieza del río.
Desde el patio trasero de su casa, en Emilia Drive, Joe Valencia tiene vista al Río Nuevo. Valencia, quien ha vivido en el Valle Imperial durante 40 años, ya sabe que no hay que pescar allí. “Nada ha cambiado en todos estos años”, dijo el hombre, de 47 años de edad. “Ahora tengo hijos, y tampoco creo que vean ningún cambio”.
En una mañana reciente, un agente de la Patrulla Fronteriza estaba sentado en su automóvil verde y blanco, con los ojos entrenados y fijos sobre la brecha en la valla sobre el Río Nuevo. En Mexicali, los trabajadores avanzaban en la construcción del nuevo puerto de entrada, mientras que el agente se centraba en atrapar a los migrantes que querían cruzar sin autorización.
El agua espumosa fluía desde el lado mexicano hacia las orillas del río, llenas de botellas de agua, ropa, zapatos y encendedores de butano.
Peces saltaban del agua marrón, y palomas y gorriones volaban en círculos sobre ella, bajando de vez en cuando para tomar un trago; neumáticos viejos se asentaban en el fondo. Una ligera brisa hizo que el olor fuera más llevadero.
“He oído de mutaciones en el ADN de los animales; peces de tres ojos y otras cosas”, relató un aprendiz de una academia de ciudadanos de la Patrulla Fronteriza mientras miraba hacia el agua, provocando carcajadas en los agentes.
“No me sorprendería”, respondió el agente Juan González. “Si alguien me dijera que encontraron un bagre de tres ojos allí, lo creería”.
“O un pájaro que puede tocar la guitarra”, agregó el agente Joel Merino. “Probablemente”.
El día que el agente David Kim cayó al agua, había bajado a un área que parecía un terraplén sólido. Sin embargo, resultó ser una costra sobre el río. Kim cayó de rodillas sobre la corriente, que tenía la consistencia del aceite.
“El olor que surgió era como de una letrina”, recordó Kim. “Inmediatamente, sólo el hedor me revolvió el estómago. Estaba atrapado en mis botas, no podía moverme, porque esa sustancia era tan espesa en torno a mis piernas”.
Kim se tendió boca abajo y salió gateando. Un par de semanas después de dar su segunda muestra de sangre, el médico lo llamó para decirle que estaba bien y que no había contraído ninguna enfermedad infecciosa.
“Ha mejorado mucho”, afirmó el agente, acerca del agua del río. “Pero cuando la gente dice que no está tan mal como antes, de todas formas el estado es pésimo”.
Los agentes a menudo ven a migrantes en el río, y les advierten que están en aguas contaminadas. En situaciones de vida o muerte -por ejemplo, cuando un migrante se estaba ahogando- han ingresado a las aguas para un rescate.
Kim cree que la mayoría de los inmigrantes desconocen cuán peligrosa es esa contaminación. Los contrabandistas sí lo saben, y tratan de usarlo en su beneficio.
“Saben que, mientras permanezcan en esas aguas están bastante seguros, relativamente. Están a salvo de nosotros, de ser arrestado”, expuso Kim. “Pero, en lo que respecta a la salud... no hay manera de saber cuántas personas que han estado allí han contraído algo del agua”.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.