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Columna: Ayude a la Biblioteca Pública de Los Ángeles a recopilar experiencias pandémicas, para guardar nuestras historias para el futuro

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Un día estaremos al otro lado de esta época terrible, mirando hacia atrás.

Un día le contaremos a la gente sobre el COVID-19, personas que no vivieron el miedo de contraerlo, ni vieron morir a sus seres queridos, ni se apresuraron a recibir inyecciones para estar a salvo, ni experimentaron cómo se sintió cuando nos encerró y nos separó durante meses, o nos quitó nuestro sustento, o nos obligó a trabajar y vivir en condiciones repentinamente peligrosas debido a su amenaza diaria.

Algún día estaremos lo suficientemente lejos para empezar a digerir y tratar de darle sentido a este extraño tiempo, cuando el coronavirus lo cambió todo, pero también sucedieron muchas otras cosas.

Incluso ahora, a veces es difícil recordar todo lo que ha sucedido en Los Ángeles desde que el virus cambió nuestras vidas en marzo pasado. La distancia seguramente hará que la memoria sea más irregular.

Por lo tanto, preservar un rico registro de la cotidianidad durante la pandemia a medida que la vivimos es una base fundamental para ese futuro tan ansiado en el que seremos capaces de mirar atrás.

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Es por eso que la Biblioteca Pública de Los Ángeles nos pidió desde el principio que le ayudáramos mediante el envío digital de materiales (fotos, cartas, correos electrónicos, páginas de revistas, publicaciones de blogs y arte) que juntos pudiesen contar la compleja historia de la pandemia en el condado.

Lo que inició como el archivo “Más Seguro en el Hogar” se convirtió en el “Archivo Comunitario de COVID-19 de Los Ángeles”, a medida que pasaban los meses y el nombre se hacía demasiado estrecho para contener la amplitud de nuestra experiencia colectiva.

El archivo de la biblioteca, que crece a diario, ya incluye más de 2.000 contribuciones. Pero necesita la participación de todo tipo de personas, de todo tipo de orígenes, de todo Los Ángeles, para construir una colección tan diversa como nuestra ciudad.
Así que, por favor, considere este intento de hacerle pensar en sus propias experiencias y formar planes para compartir lo que piense que cuenta mejor su historia en particular.

Esta semana, gracias a una bibliotecaria muy generosa y paciente, pasé horas en Zoom estudiando detenidamente los ofrecimientos ya catalogados, a veces riendo, en ocasiones llorando, a menudo sintiendo que mi memoria se aceleraba. ¿Recuerda los cielos siniestros de incendios forestales en septiembre? Habían deslizado mi mente en la confusión de todo hasta que vi una imagen, toda roja, con el resplandor apagado de un sol tenue resplandeciendo en forma de estrella en la esquina.

Una foto de los miembros del personal, con uniformes y batas blancas de médico, reunidos afuera del Centro Médico de Los Ángeles-USC para marcar los minutos en que el policía de Minneapolis, Derek Chauvin, presionó su rodilla en el cuello de George Floyd, me hizo jadear de nuevo ante el horror de finales de mayo, cuando todos vimos ese asesinato en video.

Suzanne Im supervisa el archivo como bibliotecaria principal interina del departamento de digitalización y colecciones especiales de la biblioteca. Como muchos de nosotros, ella y el resto del personal en el proyecto están trabajando desde sus hogares, y el perro de Im a veces ladraba, impaciente por salir, mientras perdíamos la noción del tiempo dejando que los recuerdos de este último año nos invadieran.

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¿Recuerda los primeros días llenos del espíritu de “sí se puede” y esperanza, cuando algunos de nosotros comenzamos a marcar con gis el ánimo en nuestras banquetas, cuando pegamos corazones de papel en las ventanas y nos deleitamos en lo que pensamos que sería la maravilla breve de una metrópolis más tranquila?

Vimos muchas fotos que documentan ese momento, con descripciones que a menudo enfatizan la ausencia. No hay autos en las calles. Ni gente en las banquetas. Ni tráfico en la 101.

Vimos a padres con niños en brazos contemplando este nuevo mundo desde las ventanas de sus casas y apartamentos, así como una familia en bicicleta en medio de una calle residencial gloriosamente vacía en Leimert Park. Entramos en la sala de estar de Valley Village de Bárbara y David Motz, posados alegremente frente a su chimenea, sosteniendo carteles. “Sintiéndome agradecido de que: No somos demasiado mayores para aprender nuevas habilidades”, decía el suyo, mientras que el de ella detallaba dichas habilidades que incluían “Preparar comidas con alimentos a la mano”, “Recetas para desinfectantes”, “Ser más paciente”.

Recordamos el pánico inicial de que las cosas sin las que no podríamos vivir desaparecerían cuando vimos una foto tomada por Lance Quach Tran, un trabajador de Costco en Northridge, quien dijo que había sido testigo de peleas por papel higiénico y agua. La imagen que compartió mostraba a un hombre de pie en la fila de la tienda abarrotada, con su carrito de supermercado de superficie plana extragrande, cargado de cuatro pisos de 16 megapaquetes de papel higiénico.

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Sonreímos al ver a personas que mostraban sus colecciones en crecimiento de cubrebocas, o quienes documentaban cómo se movilizaban para coser estos artículos para otros, o el menú de temporada en la pared de una cafetería de Pasadena que enumeraba guantes de goma y desinfectante entre leche de avena y moca de menta blanca.

Recordamos la soledad que se produjo cuando la primera ola de preparación para la supervivencia desapareció y, con negocios y escuelas cerrados, personas enfermas e incluso muriendo, con el miedo incrementando, nuestras vidas comenzaron a sentirse cada vez más incómodas y limitadas.

Podíamos sentirlo al ver la escena que el fotógrafo Jon Dragonette capturó de una calle Olvera casi desierta, con su arcoíris de puestos (rojo, amarillo, azul, verde menta) cerrados y dos hombres con sombreros de vaquero compartiendo una comida en una pequeña mesa al aire libre.

Y en la foto que Jenny Januszewski tomó de su hijo pequeño mientras montaba en bicicleta a fines de marzo, solo él y su sombra en el estacionamiento de una iglesia desierta en Sherman Oaks. “Esta es una fotografía de mi hijo jugando en solitario”, escribió. “Esto fue tomado una semana después de que él hiciera su primer amigo real en un patio de juegos”.

Muchos padres, por cierto, han enviado fotos o dibujos de sus hijos. Nos reímos de una foto de un niño “tan lleno de energía reprimida” que estaba “literalmente trepando las paredes de su casa”, apoyándose en el suelo con un pie en cada pared de un pasillo. Disfrutamos del póster de “se busca” de un coronavirus con grandes dientes, dibujado por Shelby Potts, de 5 años, cuya madre, Mary McCoy, comentó que después de que se cerró la educación en persona en marzo, Shelby “comenzó a leer libros sobre patógenos y plagas. Durante los últimos dos meses, ha dibujado más de 100 imágenes de diferentes enfermedades y dice que quiere ser una investigadora de vacunas cuando sea grande”.

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Pero también vimos el precio que el aislamiento ha cobrado en los jóvenes, particularmente en los autorretratos de adolescentes. Una se dibujó con un cubrebocas, llorando, bajo la palabra mal escrita “Cuarentina”. Otro emparejó su cara pública feliz con su rostro privado mucho más frágil.

Los muros que se cierran son un tema frecuente en las presentaciones.

“Oh amigo, oh amigo / ¿Por qué no se envía mi mensaje? / Lo único que deseo es hablar contigo / Solo quiero una pista si tú también sientes lo mismo”, comienza un poema de Lucía Grajales, quien escribió en la descripción que el texto trataba sobre no ver a otras personas durante tanto tiempo. “Todos en Los Ángeles son como una familia. Y ahora, cuando nos vemos, parece que 6 pies son millas de distancia”.

Betsy Rosenthal, de Pacific Palisades, envió unas rimas que mostró en su jardín delantero: “Había una vez una chica de Palisades / que estaba atrapada en el mismo lugar de siempre. / Así que limpió la casa, / Dio clases de Zoom en la pantalla / ¡Y salía todas las noches solo para aullar!”.

Cuando comencé a leer una conversación por correo electrónico entre dos vecinos de Encino que ya no se arriesgaban a hablar en persona, encontré ese simple hecho inesperadamente conmovedor.

También me conmovieron, aunque menos sorprendentemente, los envíos centrados en las dificultades y las necesidades.

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La publicación de Farida Waquar en Instagram muestra una habitación vacía. Dijo que ya no podía pagar su apartamento, el primero que había tenido sin compañeros. “Esta es la escena final de la vida que estoy dejando atrás”, escribió.

Lo que he dicho aquí simplemente roza la superficie de lo que se ha reunido. Ahora me gustaría animarle a que ayude a llenar algunos espacios vacíos. El archivo es denso en los primeros días, cuando la biblioteca publicó por primera vez que estaba buscando presentaciones. Necesita más de las protestas de Black Lives Matter el verano pasado. Requiere mucho más de las cosas más difíciles: de la vida en residencias abarrotadas, en lugares de trabajo, en las salas de emergencias y en los asilos de ancianos. Precisa más historias de enfermos, moribundos y afligidos. Así como en el sur y este de Los Ángeles, en Beverly Hills y en Reseda.

Para contar la historia del condado en la forma en que debe contarse, nos necesita a todos: todas las razas, todos los orígenes, todos viviendo este tiempo separados y juntos.

Haga clic aquí, para llegar a la página de la Biblioteca, donde se están recopilando estas historias acerca de la pandemia.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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